Natuka Honrubia

Cuándo los sueños de la razón cobran vida
José Luis Clemente

Brazos que prolongan su delgadez hasta encontrar el infierno, alas que se elevan quietas más allá de las nubes, escaleras que alzan su blandura para sostener unos zapatos en el vacío, caballos amarrados a un trote punzante, sexos de diablillo enganchados a un gotero, ruedas que sostienen pechos perforados, y ruedas que conducen pequeñas pesadillas, constituyen parte del insólito imaginario al que Natuka Honrubia da vida en sus esculturas. Unas esculturas que se extienden por el suelo y cuelgan en las paredes para modular los silencios ocultos del espacio que las nombra. Y es que las esculturas de Natuka Honrubia no sólo sugieren sino cuentan. Cuentan a media voz, y veces a gritos, manifestando siempre la necesidad de expresar, aunque sin revelarlo todo. Su expresión es más bien la que trata de dar forma y materia a la incertidumbre; aquélla que se dibuja en la amplitud de un papel inmenso y se condensa también en el yunque dando lugar después a esperpénticos seres y objetos terribles.

Para esculpir su imaginario, Natuka Honrubia echa mano casi exclusivamente del hierro, haciéndolo elástico. De él, precisa extraer la plasticidad de los volúmenes y la imperfección de los vacíos, más que la solidez de las formas compactas o la gravedad de las masas. Natuka Honrubia referencia la realidad explorando sus sombras, no tanto como lo hiciera Brancousi, sino como lo concibiera Julio González. Tañendo el hierro, arqueándolo, quebrándolo y maleándolo, la artista dibuja también en el espacio. En él engendra sus piezas deformes, y en él fecunda entrañas y prolonga extrañas prótesis. Y es que el recorrido exploratorio que hace Natuka Honrubia por la realidad, la lleva a sobrepasar sus límites. Como El Bosco en el Tríptico de las delicias, la artista puebla la realidad de moradores alucinantes y hace habitable una fantasía en la que todo es posible, recurriendo, también como El Bosco, a la ironía para dar cuerpo a sus artilugios y habilitar la tramoya que sustenta el delirio.

Natuka Honrubia compone sus esculturas pieza a pieza, haciéndolas depender de una continuidad arbitraria. No hay, en principio, una lógica compositiva capaz de definir la formación de sus metálicas anatomías, ni siquiera las esbozadas por el grafito, si bien gran parte de sus elementos constructivos resultan perfectamente reconocibles y su disposición parece obedecer al cumplimiento de una función edificadora específica. Alas y bozales, aguijones y ruedas, brazos y colas, manos y piernas, trampolines y escaleras van ajustando sus formales discordancias para encarnar artefactos de toda especie, grotescos y estremecedores. Discordancias que se ponen también de relieve cuando Natuka Honrubia descarna las pieles del metal uniéndolas a otros materiales como el algodón o la escayola. De este modo, la artista genera una serie de ambivalencias que no hacen sino mostrar el desconcierto que provoca la razón cuando se la induce al sueño. Natuka Honrubia, también como Goya, visualiza las sombras de la realidad, dándoles cobijo. De ella, surgen pesadillas y monstruos espantosos, habitando sus huecos deformes Como generados por una terrible metamorfosis, los artefactos de Natuka Honrubia, como los de Juan Muñoz desde otros supuestos, toman cuerpo en la deformidad y dan lugar a narraciones anómalas, a veces espeluznantes, a veces tiernas, jocosas y aterradoras a la vez.