La monstruosidad y todas sus puertas
Joaquín Artime
Infinidad de narrativas nos han contado que los monstruos[1] dan miedo. Es algo que aprendemos desde bien pequeñ+s, a través del cuento y sus múltiples amenazas. La oscuridad es el territorio por excelencia de estas criaturas. Criaturas desconocidas con cuerpos (en)ajenados, reconocibles pero dislocados. Por lo general, se esconden en espacios ciegos: tras una puerta, en un cajón, en el hueco bajo la cama. Espacios tan cercanos y próximos como incómodos y sospechosos.[2] Estos seres habitan el escondite de lo posible. Generan terror, porque no hay nada que dé tanto miedo como aquello inclasificable que está vivo.
En este sentido, el problema siempre son los otros, quienes no se nos parecen, ni comparten nuestra apariencia ni nuestras costumbres. Ellos asustan, cargados de una potencialidad plena. Es nuestro desconocimiento el que habilita sus capacidades atemorizadoras, conduciendo nuestra imaginación hacia rincones insólitos en los que se convierten en enemigos brutales. Nos han repetido, constantemente, que los monstruos dan miedo; ojalá nos hubiesen dicho que es el miedo el que produce monstruos. Monstruos fuera, mediante una secuencia de proyecciones que rellenan todo vacío para ofrecer cierto sentido. Y monstruos dentro. Cabría preguntarnos si el sentido que construimos en esa secuencia de proyecciones no nos convierte a nosotr+s mism+s en despiadad+s juec+s que aniquilan toda razón.
En Beau Is Afraid (Beau tiene miedo, 2023), el director estadounidense Ari Aster nos presenta a un hombre que, pese a su avanzada edad, sufre de fobia y ansiedad crónica. Su desesperación le arrastra, como un tsunami, por los peores What If… capaz de concebir, elevando su existencia a una horrible pesadilla. La distorsión de su mirada, pese a los ansiolíticos, los antidepresivos y los antipsicóticos, le hace sentirse expuesto y controlado por un perenne peligro. Quizás anunciándonos la enfermedad de las subjetividades contemporáneas, ya incapaces de reconocerse en nada, afectadas por el sobreestímulo avasallador del neoliberalismo.
La obra de Natuka Honrubia se nutre de estos sufrimientos y simbologías despiadadas (Lagardera, 1995, p. 20) para construir un cuerpo de obra que habla tanto de pesadillas como de sueños. De fantasías como de miedos. De delirios, desasosiegos y una noción abyecta que trata de re-crear y re-inventar qué implicaciones tiene el vivir.
El vivir como una acción contemplada desde el engranaje, desde la entraña. De ahí que en sus inicios se interese por el hogar y sus fragilidades, como monolitos en continuo tránsito, dispuestos a no pararse en ningún lugar con tal de no hallar descanso, pese a asemejarse a un féretro. Con ello habla de mutabilidad e imposibilidad de permanencia,
como si construcciones y objetos fuesen inasibles y todo apuntase a un futuro abandono. Pronto aparece el juguete y la muñeca, ya no como objeto, sino como cuerpo disecado en una edad tierna. La piel ya no es piel, sino mortaja. Una prisión de carne que se abre, alarga, retuerce y deforma. Un cuerpo espectral e híbrido que oscila entre la vida y la muerte.
Las figuras de Honrubia están hechas de fragmentos reconocibles: dedos, manos, pechos, pezones, ojos, anos, bocas, dientes, labios, lenguas, narices, orejas, pies. Se combinan de manera desconcertante, trasponiendo lo esperable en una vulneración que nos alude, que nos agrede. Sus extremidades aparecen articuladas o rotas, en un enredo doliente. Sus órganos se hinchan como globos a punto de estallar. Músculos resecos. Protuberancias. Miembros desencajados. Una carnalidad barroca que se desborda y contiene en una negociación tensa y aciaga. Sus formas aparecen rodeadas de un conjunto de elementos fetichistas. Son habituales los puñales que advierten, señalan, hieren, penetran y se hunden. En un juego que trata de mostrar lo grotesco, lo estremecedor, lo siniestro,[1] recorriendo temas delicados que nos conducen a una representación del dolor. Un dolor que debería de mantenerse oculto.
Esta representación la aborda de dos maneras: con el dibujo y con la escultura. Su formación en escultura le ha permitido conocer en profundidad las técnicas, de las que presenta un notable dominio, para luego coquetear con un ensamblaje pop. Podríamos comprender su trabajo como una construcción por partes, donde la actividad consiste en remendar y unir pedazos. Para ello, almacena una gran cantidad de material. Este le conduce a la idea, y la idea le conduce al material. Una búsqueda cíclica donde encuentra, mezcla, amolda y acomoda en una combinación compleja, como artificio kitsch. Un collage en el cual lo importante no es la factura, sino que las piezas encajen.
Podríamos decir que su práctica es un ejercicio en el que, continuamente, monta y desmonta. Aspecto que también se percibe en sus dibujos de grandes proporciones, hechos con papeles de diversos tamaños que empalma a modo de puzle. Sin bocetos previos, Honrubia se deja llevar por la intuición de una mirada atenta, con tal de entender dónde la pieza le pide ser dirigida. Es habitual que retome obra del pasado para arreglarla según sus nuevas inquietudes y obsesiones. Para transformarla y expandirla en una nueva reconfiguración que asiente con mayor efectividad el propósito para el que la creó. A lo largo de los años ha oscilado entre el tenebrismo del carboncillo y la alegría del color. Se ha acercado al apunte a través del garabato con bolígrafo. Ha incorporado imágenes de revistas, carteles publicitarios incluso cartones de medicamento. Dibujando encima y alrededor. Integrándolos. Ha añadido palabras, como bocadillos de cómic, para evidenciar o confundir. Ahí surgen la ofensa, el insulto y su contradicción. A veces las letras se retuercen, como en llamas, entre la legibilidad y la ilegibilidad. Es común que su nombre emerja en la imagen, no a modo de firma, sino como otra manera de implicarse, de exponerse, de reivindicar su existencia como persona, como creadora, y como mujer.
Su universo es profundamente femenino. Cada obra apunta a distintas dimensiones que históricamente se han vinculado con la mujer: casas, muñecas, muebles, prendas, accesorios, utillaje de cocina. Con ello habla de desigualdades de género, opresión, sexualización, cosificación y encorsetamiento. De ahí que continuamente vuelva a la infancia, con tal de comprender el origen del problema. Dice el filósofo Georges Sebbag (2007, p. 83), "los jóvenes están a merced de los adultos que les fabrican una cara". Sabiendo que la educación no es natural ni espontánea, sino artificial y calculada,[1] la infancia es el obstáculo que la adulta está condenada a revisitar, para entender las sombras y terrores del pasado.
En este sentido, la sexualidad será un tema capital. Si habitualmente el despertar sexual se relaciona con la pérdida de la inocencia, Honrubia no duda en abordar, con desobediencia, la incertidumbre de esta cuestión moral, con tal de rebelarse ante una educación castrante. Su empleo de lo erótico y lo sensual genera una dualidad que fluctúa entre la prohibición y la atracción. El goce y el placer se confunden con la aprensión y el pudor. Encarnando una obra voluptuosa que se desborda, y se nos brinda a modo de ofrenda. Sus figuras no han sido corrompidas, sólo exteriorizan una complejidad que nos resulta dura, por ajena. Son monstruos de mundos no tan lejanos. Es posible que nos desagrade aquello que vienen a decirnos, que provoquen en nostr+s rechazo; pero porque no hemos tratado de comprenderlos.
Con todo, estos monstruos no son víctimas. No sufren por su condición extraña.[2] Son entidades simbólicas que se nos muestran sin complejos, satisfechas, abiertas. En todo ello descansa un fuerte sentido del humor. Una ironía que construye un relato distinto cada vez. Como con las puertas que atraviesan los personajes de Monsters, Inc. (Monstruos S.A., 2001), cada obra te lleva a un sitio distinto en cada momento. Y la clave para entenderlas no está en escudriñar el horror, sino en hallar la ternura capaz de despertar una sonrisa. A fin de cuentas, entraña y entrañable comparten raíz.
- [1] Aquí nos referimos de igual forma a los monstruos biológicos o naturales y a los étnicos o sobrenaturales, categorías que establece el escocés John Arnott McCulloch (1915) al estudiar la religión y la mitología. Nuestra intención es usar el monstruo como metáfora de la monstruosidad.
- [2] Nos aproximamos a la idea de lo siniestro que desarrollaremos más adelante.
- [3] Como nos recuerda Eugenio Trías en Lo bello y lo siniestro, lo siniestro (Unheimliche) según Freud “sería aquella suerte de sensación de espanto que se adhiere a las cosas conocidas y familiares desde tiempo atrás” (en Trías, 2006, p. 40). Lo que Schelling completará diciendo que es “todo lo que debiendo permanecer secreto, oculto, no obstante se ha manifestado” (en Trías, 2006, p. 42).
- [4] Citando a Jean-Jacques Rousseau en Sebbag, G. (2007). Lobo, ¿estás ahí? En IVAM, Carmen Calvo. Valencia: Insitut Valencià d’Art Modern, p. 92.da.
- [5] Si acaso, lo harían al sentir la perplejidad de nuestra mirada.
- Referencias._ Lagardera, J. (1995). Fragilidad en la arquitectura de lo humano. En Después de… Valencia: Ayuntamiento de Alfafar y CAM. Knudsen, L. (productor) y Aster, A. (director y productor). Beau Is Afraid. EE.UU.: A24, Access Entertainment, MW Enterprises y Square Peg. McCulloch, J. A. (1915). Monsters (Ethnie). En J. Hastings, Encyclopaedia of Religion and Ethics (pp. 826-828). Edinburgo: T. & T. Clark. Montan, C., Berke, J., LaRocca-Hall, D., Coon, B., Wolf, F. (productores), y Docter, P. (director). (2006). Monsters, Inc. EE.UU.: Pixar Animation Studios.Sebbag, G. (2007). Lobo, ¿estás ahí? En IVAM, Carmen Calvo. Valencia: Insitut Valencià d’Art Modern. Trías, E. (2006). Lo bello y lo siniestro. Barcelona: Editorial Ariel.